Si el matrimonio se ha convertido en una verdadera calamidad en los tiempos modernos, es porque la gente se casa por las razones equivocadas y con la gente equivocada. Muchas personas se casan porque dicen estar enamoradas, cuando solamente quieren estar enamoradas. El estado del amor es posible dentro del matrimonio, pero se ha vuelto cada vez más raro e infrecuente. La mejor definición que se puede ofrecer del amor es la que nos ofrece el eminente pensador Harry Stack Sullivan: "Cuando la satisfacción o la seguridad de otra persona se vuelven tan significativas para uno como la seguridad y la satisfacción propias, entonces existe el estado del amor."
La gente que se casa en realidad puede amarse, pero muy poca está preparada para hacerlo. La observación hecha por antropólogos y sociólogos durante décadas ha demostrado sin lugar a dudas que muy pocas parejas llegan a experimentar el amor verdadero. De hecho, Abraham Maslow, el padre de la psicología humanista, concluyó que solamente una pequeña fracción del uno por ciento de los miles de parejas que estudió por años estaban realmente enamoradas. La emoción que interpretan como amor es en realidad otra emoción, como un fuerte impulso sexual o un apetito de reconocimiento y aprobación.
Si la gente no se casa por amor, ¿entonces por qué lo hace? Durante el período de cortejo, por lo general los individuos pierden la mayor parte de su capacidad de juicio crítico. Cuando un cortejo emocional comienza, tanto el hombre como la mujer parecen abandonar cualquier equilibrio de la percepción de la realidad que poseen.
El período de cortejo es una manifestación poderosa de excitación sexual. La gente se atrae maravillosamente la una a la otra, por lo que es fácil confundir la atracción sexual con el amor. Los individuos que se sienten embelesados durante el cortejo, se vuelven aventurados. Los posibles problemas del matrimonio no son notados ni reconocidos. Luego, y casi inmediatamente de efectuado el matrimonio, las realidades se imponen y el desencanto sobreviene. Cualquier cosa era lo que había empujado a los cónyuges a la unión, pero no el amor.
La gente también con frecuencia se casa por lo que la sociedad espera de ella. Una mujer soltera que haya llegado a determinada edad es considerada un fracaso; de la misma forma, un hombre que no se haya casado en determinada época levantará sospechas sobre sus inclinaciones sexuales.
Muchas veces los mismos padres maniobran y manipulan para embarcar a sus hijos en el matrimonio, en ocasiones por razones particulares, y por lo general porque actúan como agentes de la sociedad para hacerlos que cumplan sus deberes, o, al menos lo que perciben como sus deberes. Así las cosas, los padres con frecuencia empujan a sus mismos hijos al desastre, aun cuando siempre dicen que las maniobras las llevan a cabo por su beneficio.
Luego, la sociedad estimula el matrimonio por razones económicas. El matrimonio es buen negocio. Emplea mucha gente y en cuanto alguien se va a casar, las máquinas registradoras de muchos negocios empiezan a funcionar.
Un matrimonio es una buena derrama de dinero, aunque los cónyuges no estén posibilitados para gastar. Los gastos que se llevan a cabo en una boda, son una señal de prestigio para el matrimonio que comienza. Esta actitud irracional todavía persiste en nuestros tiempos modernos. Por ejemplo, la mujer se manda confeccionar un vestido de bodas que solamente va a emplear ese día y a costos estratosféricos.
La literatura romántica, las tradiciones y la historia social también han dado al matrimonio valores falsos, que han impulsado tanto al hombre como a la mujer a aceptar como verdaderos. Tanto hombres como mujeres entran al matrimonio esperando que el gozo va a ser ininterrumpido. Juran amarse en toda la vida, incluyendo la adversidad, aunque nunca piensan que la adversidad va a llegar de hecho. Ilusamente, los cónyuges piensan que su amor (que ni siquiera pueden definir adecuadamente) les va a resolver todos sus problemas.
La soledad comúnmente empuja a la gente al matrimonio. Muchos individuos simplemente no pueden tolerar estar solos. Se fastidian, y luego concluyen que una persona del sexo opuesto en el hogar hará su vida menos miserable. Se casan por desesperación, pero no por amor. Y no puede haber una mejor receta para el desastre que llevar a cabo el matrimonio porque la gente se siente sola y sin esperanza. La única razón que debe de unir a dos personas es porque quieren estar juntas más allá de toda consideración.
Mucha gente se casa por su futuro económico. Los hombres creen que adquiriendo la responsabilidad de sostener económicamente una familia, los puede estimular y hacer más responsables. Y muchas mujeres, particularmente en nuestra sociedad, se casan para obtener una seguridad financiera y dedicarse a ser agentes reproductivos y pasivos sin iniciativa alguna. Otra gente se casa porque cree que la condición del matrimonio los va a mejorar psicológicamente y les va a provocar maduración. Muy pronto, estas personas descubren lo falaz de sus creencias.
En resumen, se puede decir que la gente generalmente entra al matrimonio pensando que está enamorada y que el matrimonio les va a llevar una felicidad instantánea, que les resolverá todos sus problemas. Y, de hecho, en la mayoría de los casos, el romance dura poco, y el desencanto surge casi de inmediato. Entonces, los cónyuges de una forma u otra se percatan que no entran en la definición tan brillante que del amor nos ha brindado Sullivan. Casi todo mundo se casa creyendo que es por amor. No puede haber mito más peligroso.
Guillermo F. Batarse
Publicado en la pág.5-A del periódico El Informador del 2 de octubre de 2002.
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